dimecres, 3 de novembre del 2010

Pongamos que hablo de...

¿Qué esperamos agrupados en la plaza?

Hoy llegan los bárbaros.

Konstantinos Kavafis


Pongamos que viniera a Barcelona un líder religioso que compagina, a sus ochenta y tres años, el ejercicio de intermediar con dioses y las obligaciones que conlleva su condición de jefe de Estado. Habría quien dudaría de que las facultades de una persona de edad tan avanzada permitiesen realizar correctamente ambas tareas; Manuel Fraga, quizás no. Habría quien propondría que ambas responsabilidades fueran incompatibles; Silvio Berlusconi desde luego que no. Habría, incluso, quien sugeriría la posibilidad de establecer una edad de jubilación obligatoria; a Nicolas Sarkozy ni se le pasaría por la cabeza. Podría, sin embargo, suceder que viniera. Sin duda. Hace años ya se paseó por la ciudad Carlinhos Brown y desde aquella fecha ya nada parece imposible, ni siquiera ver al felizmente olvidado Joan Clos bailar en un inverosímil carnaval…


Pero aún hay más…


Pongamos, por ejemplo, que el Estado de nuestro líder tuviera el dudoso honor de ser el único Estado teocrático de Europa, cuyo régimen político fuera una monarquía absoluta, cuyo líder, así como los electores de mismo, sólo pudieran ser varones. Pongamos que, no sin razón, se tratara de uno de los poquísimos estados del continente que no han firmado la Convención Europea de Derechos Humanos. Podría acabar sucediendo que el venerable anciano viniera a la ciudad pero, con toda probabilidad, los gobernantes denunciarían su presencia y dejarían patente su defensa incondicional de la democracia y de los derechos humanos.


Pero aún hay más…


Pongamos, es un decir, que nuestro líder fuera un acérrimo opositor a los derechos de los y las homosexuales, calificando el matrimonio homosexual como un desafío insidioso contra el bien común. Podría suceder que, sin embargo, viniera. Todo ello a pesar de que nuestro ayuntamiento aprobara en 2009 un plan municipal para garantizar los derechos de ciudadanía de las personas LGTB. Este ayuntamiento, con toda seguridad, realizaría una condena pública de su visita.


Pero aún hay más…


Pongamos un condón, o más bien, no lo pongamos. Imaginemos que nuestro líder llevara años proclamando urbi et orbe que el preservativo no detiene el sida, una enfermedad que, sólo en África afecta a más de veintisiete millones de personas. A pesar de todo, podría suceder que viniera. Entonces la Consellera de Sanidad cerraría filas en torno a la comunidad científica, recordaría el compromiso de la Generalitat de Catalunya en la promoción de métodos anticonceptivos, apelaría al sentido común para combatir las aberraciones científicas del líder. abriría un expediente sancionador por atentado a la salud pública e incluso, en tono jocoso, se preguntaría “¿quién nos protege de nuestro líder?”.


Pongamos, en definitiva, las cosas en su sitio.